Volcán Lanín: un desafío que ni el mal clima pudo opacar

Crónica de Ezequiel “Keko” Nolting

¡Con poca visibilidad, pero con muchas ganas de ascender!

Casi tres meses de espera y entrenamiento nos llevaron al gran día:  28 de noviembre de 2019. El grupo estaba listo.

 

El equipo estaba integrado por 15 personas (14 varones y 1 mujer), casi todos ex jugadores de rugby del club, con edades entre los 38 y 57 años. Algunos amigos de antes, otros sólo conocidos del club, algunos casados, unos de acá y otros de allá, pero con una misma meta en común: ¡pasarla bien! Buscábamos compartir unos días, descansar, divertirnos, hacernos de nuevos amigos y subir hasta el máximo nivel que el volcán nos permitiera.

 

El pronóstico en los días previos al viaje nos informaba que el clima nos estaría jugando una mala pasada por esos días y era posible que, por esa razón, no pudiéramos subir. En ese momento hubo una gran preocupación en el equipo, ya que tanto las expectativas como el esfuerzo que se habían generado en los últimos meses era muy grande, y nadie quería quedarse sin el programa a causa del mal tiempo.

 

El plan inicial consistía en viajar el jueves 28 de noviembre a Junín de los Andes, subir hasta el refugio el 29 y hacer cumbre el 30. Ese mismo día planeábamos bajar a la base y volver a Junín. Por cualquier inconveniente que pudiera surgir, nos guardábamos el lunes 1 de diciembre y regresaríamos el 2.

 

En mi caso salía en auto desde Villa de Mayo a las 4:30 AM en el que viajaba con el Negro, Lucas y Franco, más los bártulos de cada uno. La noche previa no pude pegar un ojo de la emoción que me generaba emprender este viaje. Llegamos en horario al aeropuerto donde nos encontramos con el resto del grupo.

 

El viaje en avión fue impecable y ya en Bariloche nos distribuimos en diferentes autos para ir a Junín. Una vez llegados a destino era el mediodía y almorzamos en un restaurante local. La buena onda y las ganas de subir se iban incrementando segundo a segundo aunque todavía no teníamos había plena confirmación de si subiríamos o no, ni de qué día lo haríamos. El pronóstico aún era malo. Esa noche, teníamos prevista una reunión con Iván, nuestro guía, quien nos daría las pautas a seguir.

 

Luego de almorzar fuimos a Chimeuin, en una hostería ubicada en un predio muy lindo rodeado por un brazo del Río homónimo y construida en 3 edificaciones con habitaciones de diferentes tamaños. El lugar y el día acompañaban para tomar unos mates a orillas del Río mientras esperábamos la llegada del resto del grupo. En la extensa charla nos fuimos conociendo un poco más, y fuimos conscientes de que a todos nos faltaba una u otra cosa que era fundamental para subir; envidiando lo que los otros tenían y nosotros no. Que las botas no sé qué y que la campera lo otro... “¿No trajiste camelback? ¡Estás al horno!”.

 

Pero bueno... ya estábamos ahí, con los bolsos ya hechos y cada uno subiría como podía y con lo que tenía. La gran tranquilidad llegó al grupo cuando nos enteramos de que en nuestras filas teníamos a un experimentado en el tema montañismo, Martín Smith, que había subido el Cerro Champaqui, jaja.

 

De a poco fue llegando el resto. El grupo de los CHICUS, Gonzalo, Guillermo y, por último, el matrimonio Zenarruza. Ya estábamos todos. Faltaba la charla con Iván que estaba programada para las 22:30 en el lobby.

 

Para hacer tiempo y conocernos mejor, fuimos a comer. Entre milanesa de ciervo y ravioles de trucha se terminó de armar y consolidar el grupo. Ya volviendo para la reunión nos llegó el mensaje de Iván de que nos estaba esperando. Lo único que queríamos escuchar era que dijera que el plan original se respetaba y para alegría de todos eso fue lo que dijo.

 

Si bien el clima no ayudaba, el plan era salir el viernes a primera hora a la gran travesía. Todos felices y festejando, nos fuimos a dormir y armar la mochila, un verdadero desafío como jugar al Tetris, pero con ropa, calzado y accesorios.  Luego de tantas emociones encontradas esa noche tampoco pude dormir mucho.

 

El plan del viernes era desayunar a las 7 AM, aunque a las 6 ya estaba todo el grupo arriba en una gran mesa, un buen desayuno para arrancar el día y después encender los motores para partir rumbo a la base del Lanín. Eran unos 45 minutos de viaje que se alargaron por unas cuantas vacas arriadas que se nos cruzaron en el camino. Al llegar el día, estaba como el pronóstico había dicho... feo, frío y lluvioso. Así y todo, el grupo estaba totalmente decidido a subir.

 

Firmamos el ingreso, nos alistamos, nos calzamos las mochilas y estábamos listos para comenzar. Pero en ese momento Iván y el resto de los guías nos reunieron en círculo para decirnos que subir no sería una buena decisión por lo que sugería hacerlo al día siguiente cuando el clima mejorara, y hacer todo el trayecto de un tirón. Además, nos aclararon que Lucas, con su súper campera de plumas, no podía subir.  Eso significaba desensillar todo, subirnos a los autos y volver a Junín para hacer tiempo y volver a arrancar a las 00:30 de la noche para arrancar la subida el sábado a las 2 AM. Entre preguntas, dudas y opiniones, el consenso general fue suspender la subida ese día.

 

Medio bajoneados, pero unidos, hicimos una caminata de una hora y media por la zona para tantear el terreno y se nos explicó la forma de colocación de los crampones para luego retornar a la hostería esperando que haya lugar para quedarnos ya que ese día no habíamos reservado. Por suerte, había lugar para todos. Ese viernes pasó bastante rápido entre mates, almuerzo, charlas, compras de algo de ropa faltante y cena esperando que llegue el momento. El grupo seguía afianzándose y cada vez nos llevábamos mejor.

 

Nos despertamos de una “siesta nocturna” de viernes para comenzar el sábado 30 arriba de los autos rumbo al Volcán.

 

Nuevamente no pudimos dormir mucho y a eso de las 2:30 ya estábamos los 15 socios y los cinco guías preparados para encarar la travesía. Esta vez, iríamos sin bolsas de dormir y con linterna de minero en la cabeza y bastones en mano. La meta para poder hacer cumbre era llegar al refugio intermedio en no más de 4 horas.

 

Una sensación muy rara, con mezcla de emociones, nos invadía en esa noche cerrada mientras nos alistábamos a salir. La caminata comenzó atravesando un monte para luego, al salir, pasar por un terreno firme de tierra y piedras. No había pasado más de 1 hora de caminata y ya me quería sacar la mitad de la ropa que me había puesto, ya que si bien hacía frío, el caminar te hacía sudar mucho. Lo habitual es subir por un lugar en alto que se llama Espina de Pescado, pero nosotros fuimos por un lateral a ésta ya que era de noche y el viento nos complicaría en caso de ir por lo alto. De esta forma la espina nos frenaría el viento.

 

Al principio, las conversaciones abundaban, pero rápidamente, y a medida que pasaban los minutos, el grupo se fue silenciando y poniendo en fila. La marcha se basaba en caminar a paso firme, uno atrás de otro, iluminando al de adelante y teniendo cuidados con la múltiple cantidad de piedras y rocas que formaban parte del camino. Una mala pisada podría generar una caída y un golpe que, por más chico que sea, podría significar el impedimento a esa persona a seguir subiendo.

 

Habremos caminado cuesta arriba unas dos horas aproximadamente cuando ya las piernas se empezaban a sentir cansadas y empezaban a aparecer manchones con nieve. Al comenzar la nieve, hicimos el primer descanso donde aprovechamos para sacar/poner ropa pero fundamentalmente para calzarnos los crampones y cascos, tarea no fácil ya que estábamos con mucha ropa encima, sobre nieve, en un terreno inclinado y de noche.

 

Descansamos no más de 20 minutos, pero en ese lapso de tiempo dejó de ser noche cerrada y ya podíamos caminar sin la necesidad de las linternas. Cuando pensé que el ascenso en la nieve me iba a ser más costoso, fue al revés. Avanzábamos paso a paso y poniendo nuestros pasos en la huella del que estaba adelante. La falta de oxígeno se empieza a sentir y la respiración se hace cada vez más intensa. Ante cada metro avanzado, los músculos empiezan a pedir un recreo y cada patinada en la nieve se sentía como un rebaje de auto.

 

El puntero Iván avanzaba en zig-zag para disminuir la pendiente ya que subir en línea recta se hace muy difícil. La meta a lograr se empezaba a medir en metros avanzados.

 

Cuando ya los cuádriceps pedían pista apareció a la vista el tan esperado refugio. Un simple y sencillo habitáculo de caños y plástico en donde con tan solo sentarte a descansar y tomar un poco de agua o té caliente, te sentís como en un hotel 5 estrellas.

 

Si bien logramos la meta de tiempo en llegar al refugio, ninguno de los grupos que durmieron allí y que ya había salido habían logrado llegar a la cumbre a causa del mal tiempo. A nosotros se nos sumaba la fatiga muscular que nos aquejaba. No tardamos mucho en seguir viaje. En el refugio ya quedaron algunos que no estaban en condiciones de encarar la ladera. Le escasez de tiempo hizo que el inicio del camino lo hagamos en línea recta, hecho que llevó a algunos a tomar la decisión de abandonar, mientras que otros se fueron separando del grupo por los diferentes ritmos y capacidades físicas. En ese trayecto, dejamos de pensar en metros y ya pensábamos en pasos. Lo importante era avanzar... lento, pero avanzar al fin.

 

El primer descanso luego del refugio era a los 2700 metros. Cuando logré llegar allí, ya los punteros del grupo se estaban levantando para seguir camino. No estaba en condiciones de frenar al grupo en su camino a la cumbre por lo que decidí esperar allí a que lleguen otros que venían atrás mío. Tras un descansito, apreciar la vista y tomar algunas fotos, decidimos con el guía Maxi emprender el descenso.

 

El grupo puntero siguió subiendo hasta los 2900 metros donde por cansancio y mal clima, se dieron cuenta que no llegarían a la cumbre, por lo cual emprendieron la bajada. Cabe aclarar que en esos 200 metros de diferencia debe haber aproximadamente una hora y media más de caminata con nieve profunda, y vientos fuertes.

 

Ahora tocaba bajar, cosa que cualquiera que no haya subido piensa que es una pavada... hasta que te toca bajar. El descenso es rápido pero muy costoso y cansador. En la nieve hay que ir frenando paso a paso y, una vez que llegamos a tierra firme, esta vez sí bajamos por la famosa Espina de Pescado. El camino se torna casi interminable y las piernas se cruzaban como fideos enroscados, tal como lo graficó Marto Smith.

 

Una vez abajo, y antes de entrar en el monte, esperamos un rato a que llegue el faltante del grupo para llegar a la base todos juntos. Allí nos subimos a los autos y volvimos a Junín agotados desde todo punto de vista: costaba apretar los pedales y mantenerse despierto. Ya en Junín hicimos una siesta reparadora y fuimos por unas buenas cervezas para luego sí poder dormir toda la noche.

 

El lunes 1º lo tuvimos libre y cada uno hizo lo que quiso. Unos se volvieron, otros fuimos a San Martín y Bariloche, y otros aprovecharon el día para pescar.

 

En el tintero quedó la posibilidad de hacer cumbre y dormir en la montaña. Pero la experiencia que tuvimos, de ir con amigos a un volcán, va a ser difícil de repetir. Fue un programa inigualable.

 

INTEGRANTES: Carlos Benitez cruz, Martín “Maito” Benítez Cruz, Fran Carratelli, Martín “Marto” Smith, Lucas Young, Franco Macchi, Juan Pablo “Juampi” Tripodi, Javier “Negro” Giaccio, Matias “Mati” Corradi, Juan Pablo “Bebe” Zenarruza, Alejandro Wagner, Matilde Lilljedahl, Gonzalo cayo, Guillermo “Guille” wickbold, Ezequiel “Keko” Nolting.

 

 

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