Viaje de fin de curso

Junto a Nicolás Lafaye, los juveniles Timo Cilley y Lorenzo Magnasco, y So Domínguez como guía y profesora realizamos nuestra primera salida a la roca

Hemos sido bautizados…  como todo bautismo, el agua que purifica, da nacimiento a una nueva vida, y entrada a un nuevo rito. No muy diferente en este curso y primera salida a la roca: nuevas costumbres, nuevas normas y nuevos hábitos…  salvo un detalle, la roca no perdona! Es tu aliada a la felicidad o tu peor enemiga…

En la búsqueda por compartir deporte en familia, nada mejor que hacer el curso de escalada, ya que nuestros hijos son fanáticos habitués semanales de la palestra. Y rápido se empezaron a dar salidas a palestras en las que uno empieza a recibir consejos de los hijos y se da naturalmente una divertida competencia.

El curso era más complejo de lo imaginado, había que salir claramente de la zona de confort, en cuerpo y mente. Práctica y repetición, estudio y concentración, examen práctico y teórico… pero también diversión.

El cierre y bautismo decidimos realizarlo en Sierra La Vigilancia (Balcarce) por su cercanía, fácil acceso a sus paredes, vías y refugio.
Luego de algunas bajas en el grupo por fuerza mayor, decidimos seguir el plan y mantener la inercia, siendo solo 2 los integrantes del curso, Nicolás Lafaye y con Sofía Domínguez de guía y profesora, y los juveniles Timo Cilley y Lorenzo Magnasco, juntos conformamos un buen equipo, parejo y motivado.

Los sacrificios empezaron al salir nomás, diana a las 3.00 am y partida a las 4.00, para poder empezar a subir el cerro 9.30, pero el esfuerzo dio sus frutos, amanecer rojo carmín augurando un gran día, y lo fue! Largo y soleado. Éramos pocos, pero no paramos de escalar, rapelando y practicando cada rutina de seguridad.

Temores muchos, lo que hace atractiva esta actividad, según mi parecer. Esa lucha constante entre la fuerza, el miedo, la voluntad y el vértigo, que gracias la técnica aprendida y los elementos de seguridad nos permite volver a ser simios, antes de ser Homo Sapiens, Erectus y todos esos antepasados que aprendimos en algún libro de primaria. Creo que hay algo muy genético y ancestral en deambular por estos lugares, comer en cuevas, trepar y por un rato volver a los orígenes, y así, valorar el confort diario.
Cerramos la tarde con un atardecer épico, y regresamos de noche con linternas. Los potrillos no querían detenerse, y tras la propuesta de So de hacer vías nocturnas, los juveniles partieron a otro sector para unos pegues nocturnos. Y con Nico nos ocupamos de preparar el asado acompañados de un vino para brindar por la épica y esperar a la tropa.

Pero no fuimos los únicos que salimos de la zona de confort, en medio de una pared mientras yo colgaba triunfal por haber llegado al top de la vía, me sentí único, pero solo por un segundo… a mi izquierda observé un grupo de personas ciegas haciendo rapel, una de ellas con una pierna ortopédica.
¿Cómo llegaron allí? Lentamente, a tientas, tropezando seguramente, atravesados por espinas, pero con una determinación y alegría contagiosa. La paciencia de los guías para llevarlos por esas picadas, pedreros y grietas, dándoles indicaciones a cada paso era admirable.

La noche fue un festejo de lo vivido durante ese día con un buen asado que con creatividad pudimos darle un toque culinario a su simpleza, feteando las sobras para continuar el deleite al soleado mediodía del domingo que nos encontró con más apetito.

Ya recuperados gracias al “casi exceso” de confort de los Domos y sus catres con colchoneta, partimos al último sector donde So nos subió la vara, para que no nos relajemos en un paseo repetido cual escalera.

Este no fue cómodo como el nido del sábado, por el solazo y el angosto pie de vía, donde dar seguro anclado a la pared era más que recomendable. A diferencia del sábado, donde los adultos nos defendimos, la vía izquierda nos mostró rápidamente la realidad de nuestra falta de entrenamiento. Primereamos una vía y la otra quedó trunca, pese a los intentos, pero Timo y Lolo, en mejor estado y menos años, lograron completar.

Por la tarde, unos amargos, medialunas y el regreso a la jungla con las manos rotas, raspones varios, el corazón más fuerte y sorprendidos de la fortaleza humana, del trabajo en equipo y de este querido Club.

Fede Magnasco

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