CUBA es enorme. Por su historia, por su gente, y por sus rincones.
No tengo claro cuál es mi primer recuerdo en el Club Universitario de Buenos Aires, prefiero pensar que voy desde antes de tener memoria; pero una de las primeras imágenes que me vienen a la mente es mi fascinación por explorar rincones y conocer lugares de un Club inabarcable.
Este fin de semana, 44 años más tarde, conocí el que muy probablemente es el rincón más lindo de todo el Club. Tengo aún escondites por conocer, pero no creo que haya uno más impresionante que “El Arbolito", al pie del Cerro El Dormilón, frente a Villa La Angostura.
El Club Universitario de Buenos Aires, el Club de los rincones y las más de 50 actividades y deportes, tiene un Running Team. Y una Sede en un lugar privilegiado para practicar esta disciplina en la montaña. Allí, desde hace tres años ya, por el empuje de un consocio y este equipo, se realiza la “Clínica de Trail Running”.
Una quincena de loquitos deciden voluntariamente recluirse en esa Cabaña a la que sólo se llega embarcados, donde no hay señal de celular, donde tenés energía eléctrica sólo un par de horas al día… Para correr. No un día, ni dos: van a correr tres días seguidos. Por la montaña. Y así son felices.
Este año, con el objetivo -y la excusa- de participar en la afamada carrera “El Cruce” (90 kilómetros por la montaña distribuidos en tres días), la Clínica contó con récord de “internados” y colmó la capacidad de la Cabaña.
La travesía comienza aún antes de llegar: de cuatro vuelos, todos tuvieron algún cambio o retraso. Con contratiempos y con pocas horas de sueño, con ansiedad y muchas ganas de correr, buena parte del grupo se juntó en la mañana del viernes en el Puerto Elma. Otros corredores aún tenían que trabajar durante ese día y se unirían más tarde; uno de ellos, ya no importa quién, arrancó la primera corrida del fin de semana conectado a una reunión vía Zoom. Equipados para correr según se había indicado la noche previa, la ronda se formó alrededor de Franco Paredes Reyes, corredor élite de carreras de trail, guía de montaña y entrenador del equipo para la próxima carrera. A él lo acompañaba Maxi Castañeda, otro corredor de élite que asistirá al grupo durante los tres días. Franco invitó además, a tres corredores de primer nivel (una de ella mundialista) para que corran con nosotros. Lo cuál, en realidad, es sólo una forma de decir, pues a su ritmo no pudimos hacer ni la entrada en calor, pero uno de los placebos que nos llevamos de esta Clínica es poder decir que corrimos con ellos.
Relojes prendidos, GPS conectado, trote suave, el grupo estaba en marcha hacia el Cerro Belvedere... En lo personal, a muchos de ellos los veía por primera vez en mi vida; antes de ir sólo conocía a uno de los miembros del equipo. Después del primer almuerzo, los conocía a todos. Eso también es CUBA. Me encontré con un grupo afianzado, que se conoce de memoria, que ya compartió carreras y viajes, que tiene sus códigos... Pero que inmediatamente nos abrió las puertas y adoptó a los que compartimos la misma pasión pero en otro lado. Y he aquí la primera invitación: para todos ellos que corren, o quieren empezar a hacerlo, no se pierdan conocer al lindo Team que formó CUBA.
Los relojes de esa primera mañana marcaron aproximadamente 14 kms y haber subido 700 mts del Cerro Belvedere, hasta la Ventana al Correntoso y con paso previo por la Cascada Inacayal. El equipo no podía contener la ansiedad, intercalando ritmos rápidos con subidas lentas, y todavía hablando más de lo que debía. Hasta llegar a esa subida de verticalidad absoluta donde ni los de élite corrían. Llegó el silencio y nos trajo el primero -y uno de los pocos en realidad- momentos en que lo único que se escuchó fue respiraciones.
Tras esa subida volvieron las risas y el alivio porque enseguida apareció el primer objetivo. Una de esas insólitas vistas al Correntoso, desde donde identificar el punto de partida pero ahora desde arriba, “y allá enfrente está El Arbolito”. Descanso, comer algo, hidratarse, foto de rigor. El descenso fue rápido y más relajado. Ya era tiempo de elongar, de compartir sensaciones, y de saborear unos lactales con una feta de jamón y otra de queso que nos habían esperado en un auto durante tres horas pero en ese momento se valoraron como si los hubiese hecho Mallman en el momento y en persona. Nuevamente a Puerto Elma para embarcarnos, ahora sí, todo el equipo, a "El Arbolito".
Para muchos era la primera vez. Y los que ya habían estado, lo admiraron como si fuese la primera. Ahí estaba ese rincón de CUBA que debería ser obligatorio conocer como condición de socio, porque sirve para terminar de entender y reconfirmar que somos unos privilegiados. Y he aquí otra invitación, estimado consocio: encuentre su propia excusa para visitarlo.
Hubo tiempo para el descanso, pero no demasiado pues llegó la hora de estudiar. Charla de Seguridad y Equipamiento para Trail. Porque esos loquitos que corren horas en la montaña durante varios días, además tienen que llevar su mochila tipo chaleco cargando entre uno y dos litros de agua, una campera impermeable, ropa auxiliar, botiquín y manta térmica, silbato de emergencia, comida de reserva, guantes, gorro, anteojos, bastones, entre algunos opcionales más. “Conocer a dónde vas; correr acompañado; notificar dónde vas a estar; saber a quién llamar“. La charla se convirtió en un interminable interrogatorio y se desvirtuó hasta que llegó la cena.
Esa noche el grupo todavía tuvo que atravesar otros dos entrenamientos exigentes, ahora dentro de la Cabaña. El primero fue lograr una ronda completa de arrojar 16 cartas, en orden, sin saber qué tenía el compañero: “The Mind” fue otra cumbre alcanzada por el equipo. La segunda prueba fue aún más tensa: los membrillistas quedaron absolutamente abatidos por los acérrimos defensores del dulce de batata y cuando sirvieron el postre se generó, por segunda vez en la jornada, un silencio absoluto.
La noche arremetió como corredora de élite y no había tiempo para más: a preparar la mochila y a descansar. La corrida del segundo día era claramente la más importante y exigente de la Clínica. El Cerro Dormilón nos despertaría temprano.
El primer ascenso fue más controlado que el día anterior. Según Franco ya nos habíamos aclimatado, la ansiedad era menor y las revoluciones estaban reguladas. Y también sabíamos que teníamos todo un Cerro por delante. El punto de inflexión fue en la falsa cumbre. Después de haber subido 700 metros en 7 kilómetros y haber esquivado el Refugio del cerro, el equipo empieza a pisar los primeros manchones de nieve y tiene por delante una helada pared blanca. Nadie lo dijo, pero en ese momento pareció suficiente. Estábamos a 1500 metros de altura y si pisabas fuerte la nieve te llegaba a la rodilla. Franco tampoco habló pero se adelantó al grupo. En un momento creíamos haberlo perdido de vista, en su lugar veíamos a una cabrita saltando en la nieve. Después de verificar el terreno y marcarnos el camino, nos invitó a seguirlo. Nosotros dudamos: no de él, claro; de nuestra capacidad. Él insistió. Algún valiente dio el primer paso y fuimos por ese ascenso por nieve honda para alcanzar la cumbre. Más tarde Franco nos explicaría que no sólo fue a marcar el camino, era un tema de seguridad: él sabía que con esa cantidad de nieve lo único que nos podía pasar era hundirnos. Trepando más que corriendo fuimos llegando uno a uno a esa pila de piedras que indican los 1716 m., altura a la que llevamos con nuestras piernas la bandera de CUBA. Todo era felicidad.
Hasta que llegó el momento de volver. De saber que toda esa nieve que no nos dejó correr en la subida, todavía estaba ahí para la bajada. Poniendo el pie de canto, o la cola de lleno, el grupo fue bajando otra vez hasta la falsa cumbre para empezar a correr. Pies mojados, guantes perdidos, manos frías, corazones contentos, ahora sí pasamos por el Refugio a prepararnos para el descenso. Y luego, corriendo como el que sabe que abajo lo espera un asado, la vuelta nos pareció a toda velocidad. Algunos relojes indicaron 16 kilómetros, con algunos metros adicionales para los que decidieron, a voluntad, perderse un rato antes de llegar.
Dicen que el asado no espera. Pero ahí estaba el nuestro: mesa servida, al pie de la parrilla, en la sombra reparadora. No hay mayor placer para el corredor -para el deportista en general- que poder descansar después de la victoria lograda. ¿A quién le habíamos ganado? A nosotros mismos. Piernas al lago, alguna que otra zambullida, hubo tiempo para leer, jugar al ajedrez, compartir experiencias. Grupo inquieto, no habían pasado un par de horas que ya había dos kayaks en el agua y gente nadando.
Llegó otra vez la hora de ir a clase: la materia del día era Planificación de Carrera y Charla Técnica. Porque cuando tenés una montaña por delante, no se trata simplemente de empezar a correr. Tampoco alcanza con llenar la mochila. Ritmos, cálculos, pendientes, porcentajes, comparaciones y estimaciones ideales, posibles y esperadas. Como lo hacen los de élite, con los que sólo tenemos en común las ganas y la entrada en calor del día anterior. La picada se juntó con la cena y el mate le tuvo que dejar lugar a las pizzas. Se habló de repetir la hazaña con el juego de cartas, pero no hubo energía. Antes de que nos corten la electricidad, la mayoría ya estaba durmiendo.
La última mañana fue de sensaciones encontradas. Pesaban los días anteriores y sobre todo, saber que ya quedaba poco para volver. Pero el corredor sabe que después de cada llegada hay otra largada. Ahora sólo nos quedaban 10 kilómetros regenerativos, con la mochila más liviana, sin tanto ascenso y para soltar las piernas. Terminaron siendo más picantes de lo previsto, porque el bosque, ya sin tanta verticalidad ni nieve, nos invitó a correr hasta la playa del brazo Machete. Y no nos cansamos: ni de correr, ni de admirar semejante lugar. Vuelta a El Arbolito, vuelta a la calma. La mayoría de los que estaban ahí, bien adentro suyo, sabían que esto fue sólo la “muerte cero”, una muestra gratis y placentera de lo que se viene, apenas un tercio de la carrera que tienen por delante.
Pero también saben que el entrenamiento y las carreras son sólo una excusa para llegar hasta donde sólo se llega corriendo. Para cansar las piernas y descansar la cabeza. Para ser mejores. Y para, por qué no, seguir conociendo el Club.
Gracias a Tere, Romina, Mariano y Néstor, por cuidarnos El Arbolito.
Gracias a Franco y a Maxi, por las enseñanzas y la guía. Y como dicen ellos: gracias también a la Montañita.
Gracias a Agus, a Andy, a Bene, al Colo, a Fede, a Jose, a Juan Martín, a Martín, a Mili, a Pablo A, a Pablo G, a Pablo S, y a Santi, por armar equipo nada más ni nada menos que corriendo en la montaña.
Y gracias a CUBA. Por su historia, por su gente, y sobre todo, por sus rincones.
Bata Casaccia
Socio 34.255