Cuando estalló la Revolución de Mayo, Manuel Belgrano, un hombre habituado a la serenidad del estudio que apenas sabía empuñar las armas, aceptó hacerse soldado para defender la causa de la patria nueva y combatir el avance realista desde el Alto Perú.
Decidido a dar un símbolo que inspirara a sus soldados en la lucha, creó la bandera celeste y blanca que distingue a los argentinos. No sólo se desempeñó como soldado, también sirvió en otros puestos y lugares donde la nación en ciernes lo requería: delineó pueblos, fundó escuelas, bregó por el enaltecimiento social de la mujer, rechazó premios materiales y murió en la más completa pobreza.
Miguel Ángel De Marco, reconocido historiador, traza una brillante síntesis de aquella existencia fugaz signada por el desinterés, el patriotismo y el sentido del deber.