Tronador y Paso de las Nubes: nieve, refugios de montaña y una inolvidable aventura

El equipo completo, luego de completar el cruce del glaciar Alerce, uniendo el refugio Tronador con el Agostino Rocca

Un grupo de socios de CUBA viajó en 2019 a Bariloche para realizar un inolvidable recorrido por refugios, comenzando en Pampa Linda y ascendiendo el primer día hasta el Refugio Otto Meiling. A la mañana siguiente cruzaron el glaciar Alerce, hasta llegar al refugio Agostino Rocca. Tras una última noche en este hermoso refugio, el grupo descendió hasta Puerto Blest, desde donde regresaron al centro de Bariloche realizando una navegación por el Nahuel Huapi. A continuación, el relato de Felicitas Fragueiro, integrante del grupo de socios que protagonizó esta gran aventura.

 

Tres días de trekking con mochila al hombro ¿Qué llevo? ¿Qué no? ¿Será difícil? ¿Estaré entrenado?

 

¡Quiero subir! ¡Llegar! ¡Tocar el cielo con las manos arriba de la montaña!

 

Voy sola y subimos en grupo. Confío en mi capacidad de vincularme. Lo sé por experiencia.

 

Paso a paso vamos adentrándonos en el camino, tranquilos, hay risas, expectativas. ¿Cómo será? Ascenso. Se apagan algunas voces…

 

“El Caracol”: ascenso más empinado. El silencio es ahora absoluto. Hay que autorregularse, cuidar las fuerzas. No se sabe cuánto falta para la primera meta. Ahí recién podremos descansar.

 

La alegría de cumplir nuestro primer mini objetivo del día es inexplicable. Reponer fuerzas. Descansar los pies, comer algo.

 

Seguimos y aparece la nieve. Los pasos se hacen más inciertos. Es más pesado y requiere mayor concentración. ¿Agua? ¡Llenemos las cantimploras para no quedarnos sin! ¿Dónde está el refugio? ¿Se ve? ¡Allá, esos dos puntitos! Un esfuerzo más…

 

Otro descanso: la montaña nos regala una vista increíble de una laguna turquesa. Y seguimos. Más nieve, camino empinado, cansancio, falta poco. Sigue el silencio. Nos dividimos naturalmente según nuestro ritmo de caminata. ¡Llegamos a tiempo! Hay un copetín armado sobre una piedra que contempla la cumbre del Tronador, el cielo es turquesa. ¡Gloria!

 

Descansar y reponer fuerzas para prepararse para el día siguiente y tocar el Glaciar.

 

Amanecimos con el sol. Los crampones están listos. Encordados unos con otros y en grupos, avanzamos. Sincronizando el ritmo, plena concentración, un paso en falso y vas al suelo, podes lastimarte, ya habrá tiempo para contemplar el paisaje.

 

No es momento de pensar en lo peligroso del glaciar. Hay que seguir adelante con la meta elegida, no hay otra salida. Regular tu mente y tu fuerza, no gastar energía innecesariamente.

 

Un descanso. ¡Qué vista! ¡Es increíble! Largamos las mochilas para extasiarnos con el mar de montañas. Aire puro. Otra vez los famosos frutos secos y agua, mucha agua.

 

Seguimos avanzando y ahora toca descender. Por la nieve. Ya libres de crampones y sogas.

 

Llega el tercer y último día y el paisaje es otro. Nos adentramos en la selva valdiviana, seguimos descendiendo, cruzamos arroyos, sorteamos árboles, cascadas, derrumbes, humedad. Los pies están mojados y no se ve hacia delante. Seguir. Seguir y seguir. Es largo pero ya llegamos, Cada vez falta menos.

 

Y lo hicimos. ¡Estamos agotados! cansados, pero felices de haberlo logrado. Llegamos a la meta. Unos más rápido, otros más lento, pero llegamos todos, porque esa fue nuestra decisión. Lo hicimos juntos y cada uno por separado, metiéndole pata y tesón, ayudando al otro cuando fue necesario pero también dejándolo solo. La montaña es cruda y hace que cada uno de nosotros se muestre en su esencia. Es como la vida misma.

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